Dedicado a Joaquín Doldán, a quien en décimas de nanosegundos percibí su total autenticidad.)
Me digo que lo que importa no es la cantidad del tiempo, sino la calidad. Tantas veces he leído esa frasecita boluda, en revistas tontas acerca de cómo ser mejores padres, o para mamás que trabajan, y allá surge una mamá ejecutiva que dice “¡Ah, no! Lo que pasa es que mi nene y yo pasamos tiempo de CALIDAD”, Y te mira como una psicóloga sabelotodo, cuando te está diciendo esa reverenda (y tan trillada) pelotudez.
Pero, dicen que no hay que escupir para arriba, y realmente lo pude comprobar un día que quedará marcado en la historia. Por la sencilla razón, que quizá esas décimas de nanosegundos sean el único tiempo compartido entre una persona tan auténtica, y yo en este viaje por el planeta.
Las rectas de nuestras vidas se interceptaron por décimas de nanosegundos. Sin embargo, yo tengo un sexto sentido. La mirada de la gente me dice muchas cosas. Esta mirada era auténtica, inmediatamente yo pensaba “Qué buen pibe! Qué jodida la vida que lo echó de este país de m. donde cada vez se transforma más en un asilo de ancianos. Y te decís “Si hubiera MAS gente con él”, por?
Porque la gente es inauténtica. Vas a la oficina, y el garca de tu jefe, te encara, o sino, viene esa compañera que te dice “¡Ay Annita Divina, qué elegante que estás!”, y luego va al despacho del gerente y dice o “esta Anna qué antipática “ o “esta Anna no terminó su trabajo en tiempo y forma!”, o… etc. Etc.
Es que yo tengo una tendencia obsesiva. DETESTO la Inautenticidad, y la detecto de modo implacable cuando la persona en cuestión emite su primer vocablo o me dirige la primer mirada.
¡Es tan fácil para mi!
Si se presenta el jefezuelo Nepomuceno, y se jacta de “todo” lo que sabe, fácil. No sabe nada. ¿Por? El que sabe, no necesita decir que sabe, porque todos se van a dar cuenta de que sabe, y esto es un trabalenguas, pero así es.
O ese imbécil que osa decir “Yo en la cama soy muy bueno”, ergo: Diagnóstico: alguna deficiencia sexual presenta el tontolín.
Pero no hay caso, la gente no aprende que es de pésimo gusto hacer autobombo.
Y no entiende que eso, lejos de ser un mérito, es un demérito.
Porque por más que el jefezuelo Nepomuceno le jure al Gerente, y al Presidente de la República todo lo que sabe, sin el conocimiento, no tiene nada.
Pero pobres, sucede que ignoran cuanto ignoran.
Otro tipo de inautenticidades que me exasperan son las mentiras sociales: Allá va la gorda Berta, con unas calzas coloradas, y una remerita justa, y su vecina, la Tota le dice “¡Bertita, qué divinas te quedan esas calzas coloradas!”
Y Bertita todavía se lo cree, y todo.
Pero, volviendo al tema en cuestión, lo cierto es que en ese encuentro de décimas de nanosegundos se me atravesaron mil ideas por la cabeza, pero la que más me queda es:
¿Por qué este país maldito echa a la gente buena? ¿Por qué un artista en este maldito país no puede vivir de su arte (al menos que se “prostituya”, como hace Coelho, Allende, Bucay, y afines), y entonces una bronca me invadió y pensé:
Y pensar que ahora, entro a la oficina, son ocho horas compartiendo con garcas, cuando si este país de m. fuera distinto habría más gente buena..
Más gente buena como Joaquín.
Y, da bronca.
De verdad.
Pero, dicen que no hay que escupir para arriba, y realmente lo pude comprobar un día que quedará marcado en la historia. Por la sencilla razón, que quizá esas décimas de nanosegundos sean el único tiempo compartido entre una persona tan auténtica, y yo en este viaje por el planeta.
Las rectas de nuestras vidas se interceptaron por décimas de nanosegundos. Sin embargo, yo tengo un sexto sentido. La mirada de la gente me dice muchas cosas. Esta mirada era auténtica, inmediatamente yo pensaba “Qué buen pibe! Qué jodida la vida que lo echó de este país de m. donde cada vez se transforma más en un asilo de ancianos. Y te decís “Si hubiera MAS gente con él”, por?
Porque la gente es inauténtica. Vas a la oficina, y el garca de tu jefe, te encara, o sino, viene esa compañera que te dice “¡Ay Annita Divina, qué elegante que estás!”, y luego va al despacho del gerente y dice o “esta Anna qué antipática “ o “esta Anna no terminó su trabajo en tiempo y forma!”, o… etc. Etc.
Es que yo tengo una tendencia obsesiva. DETESTO la Inautenticidad, y la detecto de modo implacable cuando la persona en cuestión emite su primer vocablo o me dirige la primer mirada.
¡Es tan fácil para mi!
Si se presenta el jefezuelo Nepomuceno, y se jacta de “todo” lo que sabe, fácil. No sabe nada. ¿Por? El que sabe, no necesita decir que sabe, porque todos se van a dar cuenta de que sabe, y esto es un trabalenguas, pero así es.
O ese imbécil que osa decir “Yo en la cama soy muy bueno”, ergo: Diagnóstico: alguna deficiencia sexual presenta el tontolín.
Pero no hay caso, la gente no aprende que es de pésimo gusto hacer autobombo.
Y no entiende que eso, lejos de ser un mérito, es un demérito.
Porque por más que el jefezuelo Nepomuceno le jure al Gerente, y al Presidente de la República todo lo que sabe, sin el conocimiento, no tiene nada.
Pero pobres, sucede que ignoran cuanto ignoran.
Otro tipo de inautenticidades que me exasperan son las mentiras sociales: Allá va la gorda Berta, con unas calzas coloradas, y una remerita justa, y su vecina, la Tota le dice “¡Bertita, qué divinas te quedan esas calzas coloradas!”
Y Bertita todavía se lo cree, y todo.
Pero, volviendo al tema en cuestión, lo cierto es que en ese encuentro de décimas de nanosegundos se me atravesaron mil ideas por la cabeza, pero la que más me queda es:
¿Por qué este país maldito echa a la gente buena? ¿Por qué un artista en este maldito país no puede vivir de su arte (al menos que se “prostituya”, como hace Coelho, Allende, Bucay, y afines), y entonces una bronca me invadió y pensé:
Y pensar que ahora, entro a la oficina, son ocho horas compartiendo con garcas, cuando si este país de m. fuera distinto habría más gente buena..
Más gente buena como Joaquín.
Y, da bronca.
De verdad.