martes, 20 de julio de 2010

Linda; ¿por fuera o por dentro?


Nada más fascinante que ir deslizándose cual por una pasarela imaginaria, con la mente muy lejos del mundo, y presentir esas miradas.

No las evidentes (que aburren); ni las babosas (que molestan).

Sino las sugerentes, las misteriosas. Esas que tienen un no se qué. Esas que dan a entender, pero no especifican.

Ser y estar linda es una obligación moral para con una misma. (Todas pueden serlo, nada más tienen que desearlo).

Esa filosofía de bolsillo, que toma como premisa fundamental que la verdadera belleza reside en el “alma”, oficia como una especie de premio consuelo. Una suerte de escudo para justificar la falta de sentido estético ante una apariencia espeluznante, o la desidia por no querer bajar esos quilos.

“Es macanuda”, dicen de la gorda Berta, dándole así a la pobre gorda el beneplácito de dejarle pasar su fealdad porque ella revela una aparente bondad. O un “Se ocupa de todo” por la señora de enfrente, una mujer tan sufridamente atareada, que no dispone del tiempo de banalidad como para ocuparse de su aspecto, ratificando una grandeza de espíritu revelada por su fealdad.

Belleza y frivolidad no son sinónimos. La elegancia es una virtud, por más que nos hayan grabado a fuego que este tema de las pilchas es cosa liviana. Y nadie va detener su mirada (ni al espejo), ante una imagen desgarbada, desprolija, y vestida de cualquier modo. (Que vestir bien no es sinónimo de $).

¿A qué mujer no le gusta que la miren y admiren?

La que diga que No; miente.

¿A qué hombre no le gusta mirar y admirar a una mujer linda?

El que diga que No; también miente.

P.D. Vale lo mismo para ellos.
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