Hace unas semanas, me encontraba sumida en el hastío que me provocaba la realización de las minucias domésticas, cuando al oir el informativo caí en la cuenta de que algunos vocablos estaban girando sin ton ni son por el confín de mi conciencia.
Por tal menester, presté un poco más de atención a la noticia que en ese momento se estaba anunciando:
"Los cometidos de la "Comisión Para la Transparencia del Proceso Aduanero" son: recibir denuncias sobre ilícitos en el organismo de contralor; analizar hechos y actividades vinculadas a Aduanas y clasificar las imputaciones para luego proponer su eventual presentación ante la Justicia. "
¿Es joda?; me debatí. Además, no se trataba de una comisión cualquiera. Sino de una Comisión de Notables.
Hace un montón de años fui destinada (junto a un grupo de infortunados) para recibir un magistral cursillo de "Trabajo en Equipo". Pero, para mi sorpresa, algunos de los conceptos allí vertidos no se alejaban de la realidad. Hubo uno en particular que me impresionó: Comisión. La idea es que cuando se desee que determinado hito burocrático ingrese en una nebulosa, para al fin termine de perderse en la negrura del Infierno, se debe designar a una comisión para su seguimiento. Ergo, la existencia de una comisión significa la crónica de una muerte anunciada.
Creo que el mayor pecado (con respecto de la elección del nombre) al denominar al grupo de (i)rresponsables de llevar a la práctica tan sagrada misión, es la falta de inspiración. El nombre no ha osado aprobar el decálogo del perfecto cuentista. Empalagoso y verborrágico por sí mismo.
Al fin y al cabo, la culpa de todo la tiene la dialéctica. Su excesivo uso es más peligroso que la ausencia de la misma.
"Pasá papá, pero dejame dos", susurraba el funcionario aduanero, habiéndose tentado con todas esas cajas de Garoto que asomaron cuando abrió el baúl del auto de un alma noble que retornaba del Chuy.
¿Qué puede hacer pensar al ciudadano decente, víctima inocente, que desde entonces algo ha cambiado?
Por tal menester, presté un poco más de atención a la noticia que en ese momento se estaba anunciando:
"Los cometidos de la "Comisión Para la Transparencia del Proceso Aduanero" son: recibir denuncias sobre ilícitos en el organismo de contralor; analizar hechos y actividades vinculadas a Aduanas y clasificar las imputaciones para luego proponer su eventual presentación ante la Justicia. "
¿Es joda?; me debatí. Además, no se trataba de una comisión cualquiera. Sino de una Comisión de Notables.
Hace un montón de años fui destinada (junto a un grupo de infortunados) para recibir un magistral cursillo de "Trabajo en Equipo". Pero, para mi sorpresa, algunos de los conceptos allí vertidos no se alejaban de la realidad. Hubo uno en particular que me impresionó: Comisión. La idea es que cuando se desee que determinado hito burocrático ingrese en una nebulosa, para al fin termine de perderse en la negrura del Infierno, se debe designar a una comisión para su seguimiento. Ergo, la existencia de una comisión significa la crónica de una muerte anunciada.
Creo que el mayor pecado (con respecto de la elección del nombre) al denominar al grupo de (i)rresponsables de llevar a la práctica tan sagrada misión, es la falta de inspiración. El nombre no ha osado aprobar el decálogo del perfecto cuentista. Empalagoso y verborrágico por sí mismo.
Al fin y al cabo, la culpa de todo la tiene la dialéctica. Su excesivo uso es más peligroso que la ausencia de la misma.
"Pasá papá, pero dejame dos", susurraba el funcionario aduanero, habiéndose tentado con todas esas cajas de Garoto que asomaron cuando abrió el baúl del auto de un alma noble que retornaba del Chuy.
¿Qué puede hacer pensar al ciudadano decente, víctima inocente, que desde entonces algo ha cambiado?
