Tal cual lo dicen sus autores (André Fremd y Germán Kronfeld), siento este libro como un canto a la vida y a la esperanza. Ellos dicen que su motivación a la hora de escribir el libro no fue compartir los ideales políticos de Eduardo Bleier, y tampoco que ellos tuvieran un modo parecido de concebir la realidad como el suyo, que que sintieron profundamente atraídos por la forma en que una persona puede entregarse por lo que cree siendo ejemplo para otras (como ellos) que también sueñan con un mundo más justo y solidario.
Es una bella historia de familia, y la figura que se me va dibujando es la de una persona que piensa; dice y hace lo que SIENTE.
No es fácil HOY decir LA VERDAD y no existen demasiadas personas que la digan. Menos aún imagino lo sería en los años negros de la dictadura.
Si bien en mi familia no hubo militancia sí la hubo en conocidos, recuerdo el caso de David W. que en el anca de un piojo salió de Chile. El avión hizo escala en Montevideo. No sé qué hacíamos nosotros en el aeropuerto. Sólo me acuerdo que todos esperaban muy nerviosos un avión que no llegaba. Al fin llegó, en mis recuerdos no distingo si era de TAMU (*), de esos con las ventanas redonditas, e inmediatamente aquella familia partió para Holanda.
(*) Me dicen que TAMU no era porque hacía vuelos internos, ni idea entonces.
Yo soy hija de la dictadura.
En esos tiempos sucedían cosas que yo me daba cuenta que eran "raras" pero mi madre no me explicaba. De más grande entendí porqué. Ella trabajó en el Ministerio de Salud Pública durante aquellos años negros, y veía el horror, era la única mujer en reuniones de veinte generales, pasaban los peajes y les hacían la venia, mi madre nos contaba todo eso, (pero no las causas), nos contaba a medida que íbamos creciendo mi hermano y yo.
¿Qué me genera este libro que estoy leyendo? Muchas cosas comunes.
La familia Bleier inmigró a este país en la década del veinte del siglo pasado, y la familia Rybak también. Veo las fotos de época y son iguales a las que había en casa de mis abuelos. Los Bleier llegaron de Hungría y los Rybak de Polonia. Sin embargo, los Bleier eran una familia religiosa, y los Rybak no. Mi abuelo Moishe, no creía en Dios, y tenía ideas comunistas. Un día mi madre (según ella relató muchos años después) quedó horrorizada, porque mi abuelo había sacado pasaportes para los cuatro (él, mi abuela, la baba Jaika, mi mamá Sara y mi tío José), para aquellos planes en Siberia, incluso hemos encontrado con mi madre folletos de época similares a las propagandas de paquetes de excursiones. Años después se fueron enterando que todos aquellos que habían partido, habían desaparecido en un agujero negro.
Sin embargo, no es sólo ese el motivo de la casualidad para que yo naciera. Mi padre, Leopoldo, nació en Viena (Austria), en 1932, luego de un tiempo vivieron en Italia, y tomaron el último buque que salió de Europa, mi abuelo (Natalio Donner), ya estaba en Uruguay, mi abuela partió sola de Europa con mi padre chico, y si no hubiera subido a ese barco, yo no habría nacido.
Y acá estoy yo, "producto cartesiano" de casualidades.
Confieso, se me piantan varios lagrimones con otros temas que me son comunes.
Un lugar preponderante ocupa la Shoá (El Holocausto) en la formación de la personalidad de Eduardo Bleier. De pequeña, yo crecí viendo los ámbums sepia que había en casa de mis abuelos, con las fotos de sus hermanos muertos, hermanos que tenían hijos, niños pequeños.
Eduardo Bleier sin lugar a dudas fue un hombre multifacético. Tocaba el violín, escribía poemas. Me llamó la atención de que primero haya tenido una inclinación religiosa, según el libro él quería ser rabino, pero rápidamente abandonó tal misión al darse cuenta de que los rabinos le miraban las piernas a las mujeres, y eso le pareció hipócrita.
Ese cambio repentino de decisión, pero fundamentalmente el motivo, me parece el reflejo de una persona que ES LO QUE HACE, que dice la verdad, una persona que NO ES HIPÓCRITA.
En la contracara del libro, Mauricio Rosencof dice "le dieron por bolche y por judío", y ese mote en cierto modo lo padecemos todos los judíos de izquierda. También tengo otros conocidos en la familia a quienes les dijeron lo mismo. Es como dice Maricio Rosencof "en la izquierda éramos un lote".
Yo ví la dictadura "de afuera". Sin embargo tengo recuerdos MUY GRABADOS. El día que comenzó la dictadura, (27 de junio de 1973), me acuerdo que no había radio, sólo esas marchas horribles todo el día, y una voz (también horrible) diciendo cosas del orden y del fin de la subversión. Otra cosa que me quedó fueron las cadenas cinco minutos antes de las veinte, donde pasaban "de a tres", y decían que los buscaban por "sedición", y que si alguien sabía de su paradero, o había visto a alguien similar (pasaban la foto), que avisara enseguida. Yo le preguntaba a mi madre qué habían hecho, ella no tenía una respuesta para darme, yo la entiendo, si yo tenía siete, y mi hermano dos, y pasábamos mucho tiempo juntos, éramos niños, y en esos años había palabras clave para que los milicos se dieran cuenta si tu familia tenía ideales de izquierda, porque acá, no desaparecieron sólamente los que militaban, también desaparecieron personas que repartían volantes o hacían pintadas, y si no desaparecieron estuvieron buen "guardadas". Una vez mi madre me compró un pantalón de los más "monono", era azul marino, y la señora que nos cuidaba me dijo "ese pantalón es de milico" jorobando. Cuando le dije a mi madre eso, me dijo aterrada - "¡No se dice milico! ¡Se dice policía!", obvio que le pregunté porqué, obvio que no me pudo responder.
Otra bronca que me viene es con este asunto del "300 Carlos", la maldita casa de Punta Gorda. Yo me enteré del nefasto uso del inmueble por una revista Guambia, allá por el 85. Me quedé de cara, en ese entonces la casa estaba desocupada. Pero ahora, hace un par de años, ví que la pintaron y que vive gente ahí "como si nada", ¿cómo pueden vivir ahí? Yo nunca podría vivir en un lugar donde se torturó, picaneó, asesinó, sin embargo esos tipos que ví hace un par de años, estaban de lo más campantes en el balcón, que hijos de su madre.
Yo del asunto de la dictadura me enteré todo en un día. Fue cuando días antes del Plebiscito del '80, los partidarios de Wilson Ferreira Aldunate organizaron un acto en el Cine Cordón. Todo se venía tranquilo, a mi me tenían harta con la propaganda de la DINARP, claro sólo era del "SI", pero no tenía demasiada conciencia de qué era eso del plebiscito... hasta ESE DÍA.
Lógicamente el cine se llenó, y la gente ocupaba casi toda la cuadra (18 de julio entre Joaquín Requena y Martín C. Martínez). Todo transcurría en armonía, hasta que...
Al terminar y la gente comenzar a salir, aparecieron desde Martín C. Martínez milicos a caballos con palos, y le daban a la gente, le pasaban por arriba. En el balcón estábamos mi madre, mi hermano, una amiga que se quedaba a dormir en casa y yo. Mirábamos atónitos, la gente desesperada corría, muchos buscaron refugio en la heladería "La Cigale" de Requena y Brandzen, y otros en la Farmacia "Lyon", en 18 y Requena, y los milicos se metieron con los caballos ahí adentro y seguían con los palos. Como yo ya tenía trece años mi madre tuvo que darme una respuesta. Me la dio, y ese día me definí ideológicamente y para siempre de izquierdas, en contra de todo lo que tuviera que ver con los milicos. Fue fácil seguir sola, yo misma me informaba, cómo disfrutamos en el '83 el asunto de las cacerolas, muchas quedaron deformadas, les dábamos tan fuerte mi hermano y yo, también el discurso de Candeu en el Obelisco, de casa no se veía la vereda, sólo se veían mares de cabezas, aquello fue impresionante...
Desde entonces, juntamos firmas por la facu de Arquitectura, para el 89, después de vuelta, y así...
Es pertinente que diga que al leer algún material de este libro, me recordó lo que yo ya sabía. Israel no dio asilo a ningún exiliado político, y eso me da como "un tiro al hígado", y nobleza obliga que lo deje por escrito. Sin embargo de lo más campante el crápula que hacía las "autopsias" del M.S.P. en los años negros; el "Mamario Katz", (así le decían a ese siniestro personaje), residente en La Paloma, oriudo de Rocha, por los albores del 82-83, se fue para Israel, y la gran siete, ese sí pudo entrar... qué rabia.
La eterna contingencia de ser judío y ser de izquierda.
El ruso Bleier, si bien dejó la religión, nunca su sentimiento de pertenecia al pueblo judío.
Pero no voy a escribir más nada, yo (y espero que también ustedes) sigo leyendo la historia del Ruso Bleier, una persona que "enamora" a través de la imagen que se me va dibujando suya, a partir de lo que voy leyendo en el libro.
Anna Donner Rybak © 2011