lunes, 16 de enero de 2012

Neo-mojigatos, enfermos posmodernos.


Impávida, trémula, leo declaraciones de acérrimos adoradores de la moral y santidad, y entonces, por un momento pienso si es que se ha reinstaurado el tribunal del Santo Oficio y nadie me ha avisado.

Los Neo-mojigatos y la homosexualidad.

Dice la Iglesia que le “duele” el hombre, y que no se lava las manos ante la suerte de lo humano. (¿Por qué no se las lavará, me pregunto?)

Dicen los neo-mojigatos que en estos nuevos tiempos se “promueve la homosexualidad” y se persigue a los que se opongan (por ejemplo, a los cristianos). Dicen también que se pretende implantar un “orden mundial incompatible con el respeto a la ley natural y con la enseñanza y la práctica de la fe cristiana”.

La homosexualidad, para estos párvulos posmodernos, es considerada una ENFERMEDAD.
Mas tales son sus ansias de “salvar” a la humanidad, que dedican sus prestigiosas décadas, lustros, años, meses, semanas, días, horas, minutos, segundos, nanosegundos a la “cura” de tan siniestro mal.
Sostienen que hoy, con los “avances de la ciencia”, todos los hombres pueden encontrar “cura” y “solución”, aunque sea parcial, a sus “enfermedades”.

Sostiene uno de  estos eximios versados:

“Lo primero que quisiera es distinguir entre el homosexualismo y lo que se llama “amaneramiento”, pues son dos cosas distintas. El amaneramiento es una situación de tipo externo (podríamos decir “estético”); es tomar ciertas posturas y tener ciertos modales que pertenecen al sexo opuesto. Este tipo de conducta es generada en la mayoría de los casos por una relación inadecuada con los hermanos y una falta de vigilancia de los padres. Sucede generalmente cuando en la familia hay varios hombres y sólo una mujer o viceversa. En estos casos, el niño juega con sus hermanitas y tiende incluso a vestirse como ellas; a tener los mismos modales, etc. Está comprobado que muy pocos de esos casos terminan en el homosexualismo. Es también común que en algunos hogares en donde el padre siempre quiso tener un hombre y procreó solo mujeres, es muy factible que a alguna de ellas la vista y le proponga continuamente los juegos y actividades de los hombres. En este caso, por el contrario, se ha notado que muchas de ellas terminan en el homosexualismo. Estas personas son las que normalmente llamamos “afeminados” o en las mujeres “machorras”.  Por otro lado tenemos lo que propiamente llamamos homosexualidad la cual designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Con estas palabras, el Catecismo de la Iglesia Católica nos revela que la homosexualidad es en realidad una enfermedad (grave desorden) que puede afectar al hombre o a la mujer inclinándolos a buscar la complementariedad sexual (en todos los sentidos) con una persona del mismo sexo. Desde el punto de vista antropológico se considera una persona sana, a aquella que siente una atracción sexual hacia personas del sexo opuesto. Esto está de acuerdo con la historia de toda la humanidad, de la cual es testigo la misma Sagrada Escritura, cuando dice que Dios creó al hombre y la mujer y les mandó que formaran una sola carne (palabras que orientan a la persona a la unión conyugal, particularmente en un sentido sexual). La conducta opuesta, ha sido considerada siempre, a lo largo de los siglos como una deformación contraria a la misma naturaleza que no entiende de un tercer sexo: o se es hombre o se es mujer. El problema en nuestro tiempo, es que mientras que en otros tiempos, esta deformación en el comportamiento del hombre era rechazada (en el mejor de los casos tolerada) por la sociedad, hoy en día no se ve como un problema o una deformación, sino como una “preferencia sexual” y es aceptada en el orden social. Con ello ha enmascarado el problema, que proviene de un trastorno mental, mediante un “eufemismo”, que acarrea serias implicaciones para el orden moral y social del hombre. Más aún, esta tendencia sexual equivocada, se ha buscado justificar en los términos del amor, el cual, ciertamente no conoce límites, pues, estamos llamados a amarnos todos con un amor que complementa y enriquece. Sin embargo, no debemos olvidar que el amor humano exige, cuando se trata de una pareja, una expresión sexual, la cual se ordena a la procreación y a la complementariedad. En la homosexualidad, no puede existir esta expresión del amor, ya que ninguno de los fines pueden ser alcanzados por una pareja de homosexuales ya que los órganos genitales, con los cuales se expresa esta relación no son, como en el hombre y la mujer, complementarios y necesarios unos de los otros, por lo que en dos personas del mismo género, resulta una depravación. En este sentido el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que es por esto que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, son contrarios a la ley natural, cierran el acto sexual al don de la vida y no proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera. Por lo que no pueden recibir aprobación en ningún caso. En cuanto al origen de esta enfermedad de características psicológicas, no siempre se llegan a saber exactamente sus causas. Sabemos, por estudios realizados, que sólo del 2 al 4% de los homosexuales tienen un origen específicamente genético que informa a una parte de la persona sobre características propias de un sexo y a otra sobre características del sexo opuesto, creando un desbalance en la persona. Estos casos normalmente no son tratables pues su origen es, somático. Sin embargo, según afirman quienes han estudiado con detenimiento este problema de la conducta, llegan a la conclusión de que efectivamente se trata de una enfermedad que en la mayoría de los casos puede ser tratable y que se pueden obtener en la mayoría resultados bastante aceptables, que permiten que quienes la padecen puedan llevar una vida sexual de acuerdo a su sexo. No podemos, pues, aceptar que la homosexualidad sea una PREFERENCIA SEXUAL, como si se tratara de una ELECCIÓN, ya que los sexos no se escogen: somos hombres o mujeres condición que está radicada en lo más profundo de nuestro SER. Ahora bien, ya habiendo definido que la homosexualidad es una enfermedad de orden Psicológico, la Iglesia reconoce que para quien la padece, ésta representa, para la mayoría, una “auténtica prueba”. Por ello invita a sus hijos y todos los hombres de buena voluntad a que acojan con respeto, compasión y delicadeza, a quienes la padecen, evitando todo signo de discriminación injusta. Es, sin embargo, una obligación de nosotros como sociedad, y más aún para quienes tienen amigos que padecen esta enfermedad, el ayudarlos a sanar; aceptar sin más su estado, como algo normal y natural, es promover en ellos su problema y apartarlos de una posible solución. Más aún, expone al resto de la sociedad al contagio, pues está comprobado que las personas que conviven con aquellas que padecen de trastornos psíquicos como son la esquizofrenia, la paranoia, la psicosis, incluso los depresivos, terminan también enfermas, y a veces de forma más aguda que las primeras. La aceptación abierta de esta enfermedad, hace que la convivencia cotidiana con personas homosexuales vaya predisponiendo, a quienes consideran esto como una preferencia, a mal encaminar su afectividad y en una situación de quiebre emocional (rompimiento con una relación heterosexual, quiebra económica, muerte de un familiar, etc.), acepten participar de la experiencia sexual. Hoy en día, con los avances de la ciencia, todos los hombres pueden encontrar cura y solución, aunque sea parcial, a sus enfermedades. Sin embargo, para ello, es necesario aceptar que se está enfermo. En este caso, se debe aceptar que la homosexualidad no es una preferencia (soy hombre, pero prefiero ser mujer), sino una enfermedad. Por ello la Iglesia invita a todos los que la padecen a tratarse, a visitar a los expertos, para que con la ayuda de la medicina, y en particular de la psicología y la psiquiatría, logren restablecer el equilibrio psicológico y muchas veces hormonal que son la causa de esta penosa enfermedad que priva de la felicidad verdadera a quienes la padecen y a quienes conviven con ellos. Sin embargo, mientras se curan, dado que el desorden es de tipo psico-sexual, esta sexualidad, al igual que en todos los hombres y mujeres, debe ser gobernada y puesta al servicio del amor, ya que de lo contrario terminará por destruir la vida y la relación en toda la sociedad. En otras palabras, todos los hombres y mujeres, sanos o enfermos, deben buscar vivir una vida de castidad, dejando los actos sexuales ordenados a la procreación para el matrimonio. En este sentido es que el catecismo nos dice que estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.Con estas palabras reconoce la Iglesia que no es una situación fácil de superar y que requerirá de mucho esfuerzo y sacrificio de parte de quien la padece si verdaderamente quiere vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y realizar en su vida el proyecto de vida que Dios ha diseñado para cada uno de nosotros.”
Estos eximios versados, enfermos ellos, son un verdadero  cáncer a la sociedad. Tan “memorables máximas” son las que provocan la discriminación, la angustia, la depresión, en definitiva, el cáncer va minando la psiquis de los “enfermos”, y si se enferman, (no solo ellos sino toda la sociedad en su conjunto) es porque en pleno siglo XXI se permite la circulación de estas injurias tan aberrantes como falaces, que además están plagadas de incultura, profanación e ignorancia.

Un libro “salvador”.

Cuando ya todos se “están por cortar las venas”, desesperados por su condición de “anormales” ¡por suerte!, ¡gracias a Dios! aparece “la salvación”. Un ¡libro que cura la homosexualidad! Con respecto a él, el “Señor Libro”, dicen los eximios versados:

"Este libro aborda preguntas (...) acerca de cómo se puede pasar de ser homosexual a ser heterosexual. Son muchísimas las personas homosexuales que dan las gracias por este texto, que sin duda ha iluminado sus vidas. El libro 'Comprender y sanar la homosexualidad', del psicoterapeuta estadounidense Richard Cohen, para quien la homosexualidad es un desorden de atracción y un trastorno de la afectividad. Cohen, que dice haber curado durante los últimos quince años a miles de hombres y mujeres que sentían atracción por personas de su mismo sexo, ha escrito el libro desde su propia experiencia personal, ya que asegura que después de ser homosexual durante decenios ahora ha vuelto a ser heterosexual. Si estamos decididos, contamos con el amor de Dios y el apoyo de otras personas: la curación es posible, Comprender y sanar la homosexualidad arroja luz sobre un asunto que ha estado rodeado de incomprensión durante mucho tiempo. Este texto, que  recoge los testimonios de muchas personas que han logrado realizar esta transición (convertirse de homosexual a heterosexual), resultará iluminador y abrirá un horizonte de esperanza para aquellas personas que han buscado durante mucho tiempo una orientación para comprender y sanar su propia vida o la de alguien cercano.”

Estos mentados ilustrísimos señores no podrían arribar a conclusiones más ignorantes, absurdas y falaces. Pero, disculpémoslos, quizá  Richard Cohen escribió su exiguo libro luego de haber sido abusado por un cura.

Matrimonio igualitario

Nuevamente, debo acudir a los eximios versados:

No sé si ustedes se han parado a pensarlo: ¿Por qué la Iglesia se opone al  matrimonio gay? A muchos les parece que el hacer posible que se casen dos hombres o dos mujeres es una medida de justicia. Si todos los ciudadanos tienen derecho a contraer matrimonio, ¿por qué no los homosexuales? Si las familias suelen organizarse en torno a dos personas que comparten su vida, ¿por qué esas dos personas han de ser siempre un hombre y una mujer? Si todo matrimonio puede procrear hijos o adoptarlos, ¿por qué privar a las parejas homosexuales de esa posibilidad? Sin embargo, la Iglesia, remontándose a la razón humana, a la Sagrada Escritura y a toda la tradición, sigue insistiendo: el matrimonio es la unión conyugal de un hombre y de una mujer, orientada a la ayuda mutua y a la procreación y educación de los hijos. En esta defensa a ultranza de la institución matrimonial, la Iglesia no gana nada. No obtiene ningún beneficio. No aumenta su poder, ni su influencia, ni tampoco incrementa la cantidad de donativos que pueda recibir. Al contrario, se expone al escarnio público por parte de algunos colectivos muy influyentes y al rechazo de sus posiciones por parte de sectores importantes de población. Si a pesar de este coste, la Iglesia sigue insistiendo en su mensaje, es que algo muy serio está en juego. En efecto, el matrimonio no es una institución meramente  convencional; no es el resultado de un acuerdo o pacto social. Tiene un origen más profundo. Se basa en la voluntad creadora de Dios. Dios une al hombre y a la mujer para que formen una sola carne y puedan transmitir la vida humana: Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra. Es decir, el matrimonio es una institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios. Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del matrimonio; no crea un matrimonio nuevo.”

Pobre Jesús. Si realmente ha resucitado, versados caballeros, tengan la certeza de que morirá fulminado por un paro cardíaco al leer tales deformaciones de sus postulados.

“Lo que está en juego, en este caso como en cualquier otro en el que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. El matrimonio no es cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede establecerse entre hombre y mujer. Por otra parte, no se puede privar a los niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina en sus años de crecimiento.”

De lo UNICO que no se debe privar a los niños, es de crecer en un hogar donde reciban CONTENCIÓN y AMOR. El resto es puro verso, ¿de qué le sirve a un niño tener una bella pareja de padres perfectos, si puertas adentro de la casa ese niño sufre abandono en el seno de su propia familia? Esto es lo que verdaderamente debería de preocupar y prender un alerta rojo: un niño que crece ABANDONADO en el seno de su familia sustituirá ese VACIO y tratará de evadirse de su muy triste realidad, y es proclive a caer en drogas, alcohol, y otras cosas muy peligrosas para su salud y su psiquis.

Para finalizar, dejo una infame reflexión de estos trastornados:

“El 6 de diciembre pasado, el presidente Barack Obama publicó el memorandum titulado International Initiatives to Advance the Human Rights of Lesbian, Gay, Bisexual, and Transgender Persons, en el que ordena usar los fondos que otorga el gobierno a la ayuda internacional, para promover el estilo de vida de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGTB) en el extranjero. Obama quiere un mundo de homosexuales... y perseguir a quienes se opongan.”

Aborto

Ya hemos sido testigo del alcance de una mezcla explosiva: radicalismo más ignorancia. Por eso, no resultará sorprendente seguir leyendo la postura de los eximios versados acerca de este tema:

"Abortar no es la opción que solucionara tu problema. Si no quieres en tu vida a ese ser que Dios te envió con un propósito, por favor, dalo en adopción y no lo mates. Pero antes piensa  que Dios te envió a alguien que más tarde cuando seas anciana y no puedas valerte por ti misma, ese ser al cual tú piensas abortar es quien te cuidará, te tendera una mano y te querrá más que a nadie en el mundo. Ese ser que tienes en tu vientre también te llorará cuando Dios te llame…Eres muy importante para tu hijo y sean como sean las cosas ahora en tu vida, Dios no se equivoca y todo mejorará. Consideramos que el aborto es un acto inmoral, porque viola los derechos a la vida que posee todo ser humano, desde el momento que es concebido. Estamos convencidos de que el aborto es un asesinato, porque el único que tiene el poder de quitar la vida es Dios. En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida. No es lícito, en estos tiempos, tener una cierta opinión; o decantar las propias ideas en determinada dirección por intuición; y mucho menos por conveniencia personal. Es necesario estudiar, leer, profundizar en el tema. La vida no es un juego o una circunstancia fortuita: ni la de cada uno de nosotros, ni la de esos futuros niños que aún no han visto la luz. Unánimemente, a lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus Pastores y sus Doctores, han condenado el aborto al que calificaron de homicidio. La tradición de la Iglesia ha sostenido siempre que la vida humana debe ser protegida y favorecida desde su comienzo, como en las diversas etapas de su desarrollo, oponiéndose de esa forma a las costumbres del mundo greco-romano. Para hacer comprender la gravedad del delito abominable del aborto, el primer capítulo de la Encíclica Evangelium Vitae recuerda que, conforme a las Sagradas Escrituras, existen pecados que claman venganza ante la presencia de Dios y entre ellos ha incluido, en primer lugar, el homicidio voluntario. La Iglesia no admite el aborto en caso de violación. Como ya quedó dicho, la Iglesia enseña que la ley natural y la ley divina: excluyen, pues, todo derecho a matar directamente un hombre inocente. Sin desconocer las dificultades que eventualmente podría acarrear un embarazo en estas condiciones, la doctrina católica es categórica: no hay razón alguna que pueda darnos el derecho a disponer de la vida de un ser inocente e indefenso en el seno materno. Esta enseñanza de la Iglesia no ha cambiado y no es cambiable. Si la vida de la madre corriera peligro, no es ésta causa suficiente para permitir el aborto. Es necesario insistir: jamás un católico puede aprobar el aborto. Como ya fue explicado, en este caso el médico deberá intentar poner a resguardo tanto la vida del niño como la de su madre. En el discurso a los participantes del Congreso de la Unión Católica Italiana de Obstetricia, el Papa Pío XII aclaró que ningún hombre, ninguna autoridad humana, ninguna ciencia, ninguna indicación médica, eugenésica, social, económica, moral puede exhibir o dar título jurídico válido a una disposición deliberada directa sobre la vida humana inocente, es decir, a una disposición que persiga su destrucción, sea como fin, o como medio para obtener otro fin que tal vez no sea en sí mismo absolutamente ilícito. Así, por ejemplo, salvar la vida de la madre es un fin muy noble; pero la muerte del no nacido directamente provocada, como medio para este fin, no es lícita. La destrucción directa de la llamada vida sin valor, nacida o por nacer, practicada en gran número en los últimos años, no se puede justificar de modo alguno. Los abortistas mienten a las mujeres haciéndoles creer que todo aborto legal es seguro. La experiencia y las estadísticas muestran una realidad completamente diferente. Las mujeres que a través del aborto buscan la libertad de reproducción deben saber que están comprometiendo o arriesgándose a perder la capacidad de tener hijos.”

Sin comentarios.

Promiscuidad

Este vocablo en boca de los eximios versados, es como la foto de un monstruo horripilante de siete cabezas, es la encarnación mismísima de Satanás, o la madre devenida en bruja de la pobrecita de Blancanieves. Dicen ellos:

“La promiscuidad es el acto de tener relaciones sexuales con varias parejas o grupos sexuales antes o durante el matrimonio, tanto en el reino animal como entre los seres humanos. Promiscua es una persona que normalmente tiene sexo con muchas personas, es degenerada y no le importa acostarse con cualquiera entrometiéndose en prácticas degradantes siempre relacionadas a la materia sexual.”

Nuevamente, sin comentarios.

Preservativo.

Opinan los eximios versados:

“Causan muertes los que mienten creando una falsa seguridad condicionada al uso del preservativo, algo que según sus propios fabricantes falla en una proporción bastante considerable. Pero la culpa, para sectarios como ustedes(*) , no es de quien anima a la promiscuidad con un preservativo susceptible de fallar, sino quien anima a evitar esa promiscuidad y esos actos de riesgo. La iglesia dice que para la prevención se necesita la información adecuada y debida de los valores morales y no se permite cualquier cosa que viole el valor de la sexualidad. La Prevención debe realizarse respetando la dignidad del hombre y su destino trascendente, excluyendo campañas que conlleven modelos de comportamiento que favorezcan la extensión del mal. Hay que informar y educar sin prejuicio de la ética. Hay que iluminar a los jóvenes sobre los valores que están en juego. El mejor remedio frente al VIH-SIDA, que se transmita por relaciones sexuales ilícitas, es la fidelidad matrimonial y la castidad. Las autoridades competentes deben de actuar para tratar de resolver el problema de los enfermos del VIH-SIDA. No deben de implementar campañas de prevención contra el VIH-SIDA que incluyan modelos de comportamiento que favorezcan la expansión del mal; o también dar cierta clase de información que perjudique más que beneficie, respecto a contraer el mal del VIH-SIDA. Uno no puede hablar realmente de sexo seguro llevando a la gente a creer que el uso de condones es la fórmula para evitar el riesgo de HIV, y de esta forma vencer la pandemia de sida. Ante quien no quiera aceptar estos límites a pesar de la seriedad del problema, sería de todos modos obligado recordarle que, respecto al sida, el preservativo no preserva siempre, puesto que hay documentado un importante porcentaje de error (10-15 %). Es bueno que no se olvide. Se podría objetar que la disminución estadística del riesgo bastaría por sí misma para justificar la invitación  a usar el preservativo, sobre todo para los que no son, en todo o en parte, capaces de autocontrol. A ese respecto, sin embargo, se debe observar que, si toda la estrategia de prevención se basa en el uso del preservativo, esto acaba por adquirir entre los individuos y en la psicología de masa la apariencia de una panacea, con efecto ulteriormente liberalizante y, por lo tanto, con la consecuencia de un aumento general de los casos de riesgo y de la población en riesgo. En realidad, el recurso al preservativo como única vía de prevención es inadecuado y en definitiva  falaz. La oposición de la Iglesia al uso del preservativo tiene un carácter moral, debido a que las relaciones sexuales tienen que hacerse dentro del matrimonio y abiertas a la vida, su rechazo a que se utilice el condón de cara a la prevención del sida tiene un carácter añadido: la no completa fiabilidad del método, asociada a una publicidad engañosa. Si el método fuera totalmente fiable, la Iglesia podría decir: lo distribuimos a aquellas personas que no son católicos y que, por lo tanto, no están obligados por nuestros principios éticos. No se opondría, en ese caso, a que en una sociedad plural –donde hay católicos y no católicos-, se hiciera publicidad a favor del uso del preservativo como método para evitar el contagio del sida. Para colmo, el preservativo es presentado ante la opinión pública como sexo seguro, engañando de ese modo a los consumidores del producto e incitándoles a llevar a la práctica todo tipo de relaciones sexuales, sin ningún freno moral; la unión de ambas cosas –la eficacia parcial y la publicidad engañosa- conduce, trágicamente, a una mayor difusión de la epidemia. Irónicamente, son los que están contribuyendo a esto –y haciendo un gran negocio de paso- los que se presentan como los grandes enemigos del sida, mientras que es la Iglesia –que, además, atiende a millones de afectados- la que pasa ante la opinión pública como la principal colaboradora con la difusión de la enfermedad por oponerse al uso del preservativo. Usar el condón es como jugar a la ruleta rusa –poner en la cabeza una pistola cargada con una bala y apretar el gatillo, esperando que aquella no esté en ese momento en el tiro-. Con el agravante de que es como si al que decide jugar a ese juego le hubieran dicho que no había ninguna bala en la recámara.”

Impávida, trémula, leo declaraciones de acérrimos adoradores de la moral y santidad, y entonces, por un momento pienso si es que se ha reinstaurado el tribunal del Santo Oficio y nadie me ha avisado. Pero, no. No hemos vuelto a los tiempos del Santo Oficio. Se trata de un desolador existente, una nueva casta: los “neo mojigatos”. De más está decir que los “enfermos” son ellos.

Anna Donner Rybak © 2012
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