jueves, 26 de enero de 2012

Entre Todos


En “No hay mucha distancia entre la satisfacción y la suficiencia”, vimos cómo es que las decisiones propias son un compromiso con la humanidad por entero. Pero, esto es tan sólo una parte del “asunto”. Es preciso ahondar en EL OTRO, puesto que el mundo es un infinito de individualidades. Es preciso, entonces, que esas individualidades se vinculen del modo más adecuado.  ¿Y cuál es el modo más adecuado de que las individualidades se vinculen? Buena pregunta.

Las acciones aisladas conducen a la separación, la incomunicación y el desamparo. Es conveniente, entonces los individuos se agrupen según unos intereses comunes, para ejercer acciones en colectivo, globales. 

Ser egoísta no es en absoluto el excesivo aprecio que tiene una persona por sí misma, y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin preocuparse del de los demás. 

Etimológicamente, el vocablo “egoísta” viene de egoísmo: Egoísmo: ego (yo, el ser individual) e ismo (práctica de) 

Por ende, ser egoísta no está mal. Ser egoísta significa que uno es el centro de su mundo, significa que "Se quiere"; y quererse.a.uno no es malo; todo lo contrario, es bueno, desde el punto de vista de la psicología significa tener la autoestima en equilibrio.  Al ser egoísta uno es dueño de su mundo, y está bien. Lo que sí está mal es pretender ser el dueño del mundo propio y del mundo de todos los demás. (ególatra) 

Hay tantos mundos como personas existen, porque todos ven el mundo encerrados en un cuerpo y a través de unos ojos. Todos los ojos son distintos, así que todos ven al mundo distinto. ¿Como UNO le va a pedir a OTRO que vea el mundo con SUS ojos? ¿El otro tendría que meterse para siempre adentro de él? ¿Y se "dejaría solo", y no se querría más para quererlo a él? 

No. No es universal el universo para empezar, no es universal el mundo, las universalizaciones son falaces. O como decía Einstein "Nada es absoluto, todo es relativo". La Clave: TOLERAR y ACEPTAR que cada uno ve con sus ojos y no con los de otro.

Nietzsche hablaba de una posición más allá del bien y del mal, concebida para superar la Moral de Amos y Esclavos, que en su opinión reducía a todos a un nivel vulgar, favoreciendo la mediocridad e impidiendo el desarrollo de un tipo "superior" de hombre. Según la "Moral de los Amos".

El Bien es lo superior, altivo, la fortaleza y el dominio y El Mal es el temor, la compasión, y debilidad. Por el contrario, según la "Moral de los Esclavos", nacidos de los oprimidos y débiles, se condenan los valores y cualidades de los poderosos. Una vez denigrado el poderío, el esclavo procede a decretar como "buenas" las cualidades de los débiles: la compasión, el servicio, la paciencia y la humildad (propias del cristianismo). 

Así, los esclavos inventan una moral que hace más llevadera su condición de esclavos y que sostiene que la obediencia es buena y que el orgullo es malo. Como los esclavos son débiles promueven la mansedumbre y la misericordia, criticando el egoísmo y la fuerza. Sabemos que concebir una posición "más allá del bien y del mal", no es tarea sencilla. 

Uno puede verse tentado de caer en el reduccionismo de la Moral de Amos y Esclavos, porque se salva del juicio de los demás, quedando cómodamente instalado en su postura. 

Pero también puede atreverse a ir más allá, y definir una moral subjetiva, donde lo bueno no es necesariamente "El Bien", ni lo mano necesariamente "El Mal": Y esos matices estarán dados por uno. 

Asimismo, sabemos el modelo de mundo regido por valores universales ya hoy no cierra. Porque el hombre ha progresado varios peldaños por la obtención de su libertad, es decir tomando responsabilidad absoluta por sus decisiones y haciéndose cargo de las mismas. Ya están obsoletos los modelos de comportamiento "a priori", en donde uno debía de imitar lo bueno y lo malo obedeciendo a un modelo de cosas buenas y cosas malas. 

El revolucionario es necesariamente un oprimido y un trabajador, y es oprimido como trabajador.
El trabajador lucha por un mejoramiento de detalle de su suerte, no por su transformación radical. Acepta trabajar en máquinas que no es suya, reconoce los derechos de la clase poseedora, reclama simplemente un aumento de salario.
El revolucionario, quiere cambiar esta situación. Ve las relaciones humanas desde el punto de vista del trabajo, porque no tiene otra cosa. En la medida que reclama su libertad como trabajador, sabe muy bien que no puede realizarla por una simple integración de su persona en la clase privilegiada.
Todo miembro de la clase dominante es hombre de derecho divino. Nacido en un ambiente de jefes, está convencido desde su infancia que ha nacido para mandar, y en cierto sentido es verdad, porque sus padres, que mandan, lo han engendrado para que los suceda. Hay una determinada función social que lo espera en el porvenir, y en la que se introducirá desde que tenga edad suficiente. Esperado por sus pares, existe porque tiene derecho a existir. Ese carácter sagrado del burgués para el burgués, que se manifiesta en ceremonias de reconocimiento (tales como el saludo, la participación de un matrimonio), es lo que se llama dignidad humana. Cuando se dice que los hombres que son “los reyes de la creación”, debe entenderse el vocablo en el sentido más rudo: son sus monarcas por derecho divino; el mundo está hecho para ellos. Se sobreentiende que en estas condiciones, el hombre es un ser sobrenatural; lo que llamamos naturaleza es el conjunto de lo que existe sin tener derecho a existir. Las clases oprimidas forman parte de la naturaleza, para los hombres sagrados. No deben mandar. El hecho de que el esclavo naciera en el seno, le confería a él también un carácter sagrado: el de haber nacido para servir; de ser, frente al hombre de derecho divino, el hombre de deber divino.
En el caso del proletariado, no se puede decir lo mismo. El hijo del obrero, nacido en un suburbio alejado, en medio de la multitud, no tiene ningún contacto directo con la elite poseedora; personalmente, no tiene ningún deber, salvo los definidos por la ley; y ni siquiera le está prohibido, si posee esa gracia misteriosa que se llama el mérito, acceder, en ciertas circunstancias y con ciertas reservas a la clase superior: su hijo o nieto se convertirá en un hombre por derecho divino. No es, por lo tanto, más que un ser viviente, el mejor organizado de todos los animales. Todo el mundo ha sentido lo que hay de despectivo en el término de “natural”, que se emplea para designar a los indígenas de un país colonizado. El banquero, el industrial, aún el profesor, no son naturales de país alguno; no son naturales en una palabra. En cambio el oprimido se siente un natural: cada uno de los sucesos de su vida viene a repetirle que no tiene derecho a existir. Sus padres no lo pusieron en el mundo particular, sino por azar, por nada, en el mejor de los casos, porque les gustaban los niños o porque han sido accesibles a cierta propaganda, o porque querían gozar de las ventajas que se acuerdan a las familias numerosas. No le espera ninguna función especial; y si se le ha enviado al aprendizaje no es para prepararle a ejercer ese sacerdocio que es la profesión, sino solamente para permitirle seguir esa existencia injustificable que lleva desde que ha nacido. Trabajará para vivir y no es mucho decir que se le roba la propiedad de los productos de su trabajo; se le roba hasta el sentido de ese trabajo, porque no se siente solidario de la sociedad para la que produce. Sea peón o mecánico, sabe que no es irreemplazable; más aún, lo que caracteriza a los trabajadores es el hecho de ser intercambiables. El trabajo del médico o el abogado se aprecia por la calidad, pero sólo la cantidad de su trabajo sirve para reconocer al “buen” obrero.
El primer movimiento de un revolucionario consistirá en impugnar los derechos de la clase dirigente. Para él, los hombres de derecho divino no existen. En contraste con los miembros de la clase opresora, no trata de excluir de la comunidad a los miembros de la otra clase, pero; ante todo, quiere despojarlos de ese aspecto mágico que los hace temibles a los ojos de los oprimidos.
A la inversa del tránsfuga o del miembro de una minoría perseguida que quiere elevarse al nivel de los privilegiados, y asimilarse a ellos, el revolucionario quiere hacerlos descender hasta sí, negando la validez de sus privilegios.
El revolucionario, no es el hombre que reivindica sus derechos, sino, por el contrario, el que destruye la noción misma del derecho, que él concibe como producto de la costumbre y la fuerza.
Las órdenes de sus amos y la necesidad de vivir lo enfrentan a acciones rudas y concretas, lo obligan a formar pensamientos de detalle sobre la materia, sobre la herramienta.
En realidad, el elemento liberador del oprimido es el trabajo. ES un trabajo ordenado y toma al principio el aspecto de un sometimiento del trabajador: no es probable que este, si no le fuera impuesto, habría elegido hacer ese trabajo, en esas condiciones, y en ese lapso por ese salario. El patrón, reduce la actividad consciente y sintética del trabajador a no ser más que una suma de gestos indefinidamente repetidos. Así, tiende a reducir al trabajador al estado de pura y simple cosa.
Si todos los hombres son cosas, no hay oprimidos. En consecuencia, la sociedad liberada, no se funda en el mutuo reconocimiento de las libertades. Le tendencia de las capas superiores de esta sociedad, consiste en explicar lo inferior por lo superior, entendiéndolo como una degradación de lo superior.” - De materialismo y revolución. Jean Paul Sartre.

Las acciones aisladas conducen a la separación, la incomunicación y el desamparo. Es conveniente, entonces los individuos se agrupen según unos intereses comunes, para ejercer acciones en colectivo, globales. 

Es preciso, entonces encontrar, entre todos, el modo de caminar juntos por el camino del progreso. 

Anna Donner Rybak © 2012

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