Impávida, trémula, leo declaraciones de acérrimos
adoradores de la moral y santidad, y entonces, por un momento pienso si es que
se ha reinstaurado el tribunal del Santo Oficio y nadie me ha avisado.
Los
Neo-mojigatos y la homosexualidad.
Dice la Iglesia que le “duele” el hombre, y que no se lava
las manos ante la suerte de lo humano. (¿Por qué no se las lavará, me pregunto?)
Dicen los neo-mojigatos que en estos nuevos
tiempos se “promueve la homosexualidad” y se persigue a los que se
opongan (por ejemplo, a los cristianos). Dicen también que se pretende
implantar un “orden mundial incompatible con el respeto a la ley natural y con
la enseñanza y la práctica de la fe cristiana”.
La homosexualidad, para estos párvulos posmodernos, es considerada una ENFERMEDAD.
Mas tales son sus ansias de “salvar” a la humanidad, que dedican
sus prestigiosas décadas, lustros, años, meses, semanas, días, horas, minutos,
segundos, nanosegundos a la “cura” de tan siniestro mal.
Sostienen que hoy, con los “avances de la ciencia”, todos
los hombres pueden encontrar “cura” y “solución”, aunque sea parcial, a sus “enfermedades”.
Sostiene uno de estos
eximios versados:
“Lo primero que quisiera es distinguir
entre el homosexualismo y lo que se llama “amaneramiento”, pues son dos cosas
distintas. El amaneramiento es una situación de tipo externo (podríamos decir
“estético”); es tomar ciertas posturas y tener ciertos modales que pertenecen
al sexo opuesto. Este tipo de conducta es generada en la mayoría de los casos
por una relación inadecuada con los hermanos y una falta de vigilancia de los
padres. Sucede generalmente cuando en la familia hay varios hombres y sólo una
mujer o viceversa. En estos casos, el niño juega con sus hermanitas y tiende
incluso a vestirse como ellas; a tener los mismos modales, etc. Está comprobado
que muy pocos de esos casos terminan en el homosexualismo. Es también común que
en algunos hogares en donde el padre siempre quiso tener un hombre y procreó
solo mujeres, es muy factible que a alguna de ellas la vista y le proponga
continuamente los juegos y actividades de los hombres. En este caso, por el
contrario, se ha notado que muchas de ellas terminan en el homosexualismo.
Estas personas son las que normalmente llamamos “afeminados” o en las mujeres
“machorras”. Por otro lado tenemos lo
que propiamente llamamos homosexualidad la cual designa las relaciones entre
hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o
predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a
través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran
medida inexplicado. Con estas palabras, el Catecismo de la Iglesia Católica nos
revela que la homosexualidad es en realidad una enfermedad (grave desorden) que puede afectar al hombre o a la
mujer inclinándolos a buscar la complementariedad sexual (en todos los
sentidos) con una persona del mismo sexo. Desde el punto de vista antropológico
se considera una persona sana, a aquella que siente una atracción sexual hacia
personas del sexo opuesto. Esto está de acuerdo con la historia de toda la
humanidad, de la cual es testigo la misma Sagrada Escritura, cuando dice que
Dios creó al hombre y la mujer y les mandó que formaran una sola carne
(palabras que orientan a la persona a la unión conyugal, particularmente en un
sentido sexual). La conducta opuesta, ha sido considerada siempre, a lo largo
de los siglos como una deformación contraria
a la misma naturaleza que no entiende de un tercer sexo: o se es hombre o
se es mujer. El problema en nuestro tiempo, es que mientras que en otros
tiempos, esta deformación en el comportamiento del hombre era rechazada (en el
mejor de los casos tolerada) por la sociedad, hoy en día no se ve como un
problema o una deformación, sino como una “preferencia sexual” y es aceptada en
el orden social. Con ello ha enmascarado el problema, que proviene de un
trastorno mental, mediante un “eufemismo”, que acarrea serias implicaciones
para el orden moral y social del hombre. Más aún, esta tendencia sexual equivocada, se ha buscado justificar en los
términos del amor, el cual, ciertamente no conoce límites, pues, estamos
llamados a amarnos todos con un amor que complementa y enriquece. Sin embargo,
no debemos olvidar que el amor humano exige, cuando se trata de una pareja, una
expresión sexual, la cual se ordena a la procreación y a la complementariedad. En la homosexualidad, no puede existir esta
expresión del amor, ya que ninguno de los fines pueden ser alcanzados por una
pareja de homosexuales ya que los órganos genitales, con los cuales se expresa
esta relación no son, como en el hombre y la mujer, complementarios y necesarios unos de los otros, por lo que en dos
personas del mismo género, resulta una depravación. En este sentido el
Catecismo de la Iglesia Católica afirma que es por esto que los actos
homosexuales son intrínsecamente desordenados, son contrarios a la ley natural,
cierran el acto sexual al don de la vida y no proceden de una complementariedad
afectiva y sexual verdadera. Por lo que no pueden recibir aprobación en ningún
caso. En cuanto al origen de esta enfermedad
de características psicológicas, no siempre se llegan a saber exactamente sus
causas. Sabemos, por estudios realizados, que sólo del 2 al 4% de los
homosexuales tienen un origen específicamente genético que informa a una parte de la persona sobre
características propias de un sexo y a otra sobre características del sexo
opuesto, creando un desbalance en la
persona. Estos casos normalmente no son tratables pues su origen es, somático. Sin
embargo, según afirman quienes han estudiado con detenimiento este problema de
la conducta, llegan a la conclusión de que efectivamente
se trata de una enfermedad que en la mayoría de los casos puede ser
tratable y que se pueden obtener en la mayoría resultados bastante aceptables,
que permiten que quienes la padecen
puedan llevar una vida sexual de acuerdo
a su sexo. No podemos, pues, aceptar que la homosexualidad sea una
PREFERENCIA SEXUAL, como si se tratara de una ELECCIÓN, ya que los sexos no se
escogen: somos hombres o mujeres condición que está radicada en lo más profundo
de nuestro SER. Ahora bien, ya habiendo
definido que la homosexualidad es una enfermedad de orden Psicológico, la
Iglesia reconoce que para quien la padece, ésta representa, para la mayoría,
una “auténtica prueba”. Por ello invita a sus hijos y todos los hombres de
buena voluntad a que acojan con respeto, compasión y delicadeza, a quienes la
padecen, evitando todo signo de discriminación injusta. Es, sin embargo, una obligación de nosotros como sociedad, y más aún
para quienes tienen amigos que padecen esta enfermedad, el ayudarlos a sanar;
aceptar sin más su estado, como algo normal y natural, es promover en ellos su problema y apartarlos de una posible solución.
Más aún, expone al resto de la sociedad
al contagio, pues está comprobado
que las personas que conviven con aquellas que padecen de trastornos psíquicos
como son la esquizofrenia, la paranoia, la psicosis, incluso los depresivos,
terminan también enfermas, y a veces de forma más aguda que las primeras. La aceptación abierta de esta enfermedad,
hace que la convivencia cotidiana con personas homosexuales vaya
predisponiendo, a quienes consideran esto como una preferencia, a mal encaminar
su afectividad y en una situación de quiebre emocional (rompimiento con una
relación heterosexual, quiebra económica, muerte de un familiar, etc.), acepten
participar de la experiencia sexual. Hoy en día, con los avances de la ciencia,
todos los hombres pueden encontrar cura
y solución, aunque sea parcial, a sus enfermedades. Sin embargo, para ello, es necesario aceptar que se está enfermo. En
este caso, se debe aceptar que la homosexualidad no es una preferencia (soy
hombre, pero prefiero ser mujer), sino una enfermedad. Por ello la Iglesia
invita a todos los que la padecen a tratarse, a visitar a los expertos, para
que con la ayuda de la medicina, y en particular de la psicología y la
psiquiatría, logren restablecer el equilibrio psicológico y muchas veces
hormonal que son la causa de esta penosa
enfermedad que priva de la felicidad verdadera a quienes la padecen y a quienes
conviven con ellos. Sin embargo, mientras
se curan, dado que el desorden es de tipo psico-sexual, esta sexualidad, al igual que en todos
los hombres y mujeres, debe ser
gobernada y puesta al servicio del amor, ya que de lo contrario terminará por
destruir la vida y la relación en toda la sociedad. En otras palabras, todos los hombres y mujeres, sanos o
enfermos, deben buscar vivir una vida de castidad, dejando los actos sexuales
ordenados a la procreación para el matrimonio. En este sentido es que el
catecismo nos dice que estas personas están llamadas a realizar la voluntad de
Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del
Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.Con estas palabras reconoce la Iglesia que no es una
situación fácil de superar y que requerirá de mucho esfuerzo y sacrificio de
parte de quien la padece si verdaderamente quiere vivir de acuerdo a la
voluntad de Dios y realizar en su vida el proyecto de vida que Dios ha diseñado
para cada uno de nosotros.”
Estos eximios versados, enfermos ellos,
son un verdadero cáncer a la sociedad.
Tan “memorables máximas” son las que provocan la discriminación, la angustia, la
depresión, en definitiva, el cáncer va minando la psiquis de los “enfermos”, y
si se enferman, (no solo ellos sino toda la sociedad en su conjunto) es porque
en pleno siglo XXI se permite la circulación de estas injurias tan aberrantes como
falaces, que además están plagadas de incultura, profanación e ignorancia.
Un
libro “salvador”.
Cuando ya todos se “están por cortar
las venas”, desesperados por su condición de “anormales” ¡por suerte!, ¡gracias
a Dios! aparece “la salvación”. Un ¡libro que cura la homosexualidad!
Con respecto a él, el “Señor Libro”, dicen los eximios
versados:
"Este libro aborda preguntas (...) acerca de cómo se puede pasar de ser homosexual a ser
heterosexual. Son muchísimas las personas homosexuales que dan las gracias
por este texto, que sin duda ha iluminado sus vidas. El libro 'Comprender y sanar la homosexualidad',
del psicoterapeuta estadounidense Richard
Cohen, para quien la homosexualidad
es un desorden de atracción y un trastorno de la afectividad. Cohen, que dice
haber curado durante los últimos quince años a miles de hombres y
mujeres que sentían atracción por personas de su mismo sexo, ha escrito el libro
desde su propia experiencia personal, ya que asegura que después de ser
homosexual durante decenios ahora ha vuelto a ser heterosexual. Si estamos
decididos, contamos con el amor de Dios y el apoyo de otras personas: la
curación es posible, Comprender y sanar la homosexualidad arroja luz sobre un
asunto que ha estado rodeado de incomprensión durante mucho tiempo. Este texto,
que recoge los testimonios de muchas
personas que han logrado realizar esta transición (convertirse de homosexual a
heterosexual), resultará iluminador y abrirá un horizonte de esperanza para
aquellas personas que han buscado durante mucho tiempo una orientación para
comprender y sanar su propia vida o la de alguien cercano.”
Estos mentados ilustrísimos señores no podrían arribar a
conclusiones más ignorantes, absurdas y falaces. Pero, disculpémoslos, quizá Richard Cohen escribió su exiguo libro luego
de haber sido abusado por un cura.
Matrimonio
igualitario
Nuevamente, debo acudir a los eximios versados:
“No sé si ustedes se han parado a
pensarlo: ¿Por qué la Iglesia se opone al matrimonio gay? A muchos les parece que el
hacer posible que se casen dos hombres o dos mujeres es una medida de justicia.
Si todos los ciudadanos tienen derecho a contraer matrimonio, ¿por qué no los
homosexuales? Si las familias suelen organizarse en torno a dos personas que
comparten su vida, ¿por qué esas dos personas han de ser siempre un hombre y
una mujer? Si todo matrimonio puede procrear hijos o adoptarlos, ¿por qué
privar a las parejas homosexuales de esa posibilidad? Sin embargo, la Iglesia,
remontándose a la razón humana, a la Sagrada Escritura y a toda la tradición,
sigue insistiendo: el matrimonio es la unión conyugal de un hombre y de una
mujer, orientada a la ayuda mutua y a la procreación y educación de los hijos. En
esta defensa a ultranza de la institución matrimonial, la Iglesia no gana nada.
No obtiene ningún beneficio. No aumenta su poder, ni su influencia, ni tampoco
incrementa la cantidad de donativos que pueda recibir. Al contrario, se expone
al escarnio público por parte de algunos colectivos muy influyentes y al
rechazo de sus posiciones por parte de sectores importantes de población. Si a
pesar de este coste, la Iglesia sigue insistiendo en su mensaje, es que algo
muy serio está en juego. En efecto, el matrimonio no es una institución
meramente convencional; no es el
resultado de un acuerdo o pacto social. Tiene un origen más profundo. Se basa
en la voluntad creadora de Dios. Dios
une al hombre y a la mujer para que formen una sola carne y puedan
transmitir la vida humana: Sed fecundos
y multiplicaos y llenad la tierra. Es decir, el matrimonio es una
institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios.
Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del
matrimonio; no crea un matrimonio nuevo.”
Pobre Jesús. Si realmente ha
resucitado, versados caballeros, tengan la certeza de que morirá fulminado por
un paro cardíaco al leer tales deformaciones de sus postulados.
“Lo que está en juego, en este caso
como en cualquier otro en el que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la
dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de
derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. El matrimonio no es
cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se
quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la
transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede
establecerse entre hombre y mujer. Por otra parte, no se puede privar a los
niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo
de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina
en sus años de crecimiento.”
De
lo UNICO que no se debe privar a los niños, es de crecer en un hogar donde
reciban CONTENCIÓN y AMOR. El resto es puro verso, ¿de qué le sirve a un
niño tener una bella pareja de padres perfectos, si puertas adentro de la casa
ese niño sufre abandono en el seno de su propia familia? Esto es lo que
verdaderamente debería de preocupar y prender un alerta rojo: un niño que crece
ABANDONADO en el seno de su familia sustituirá ese VACIO y tratará de evadirse de
su muy triste realidad, y es proclive a caer en drogas, alcohol, y otras cosas
muy peligrosas para su salud y su psiquis.
Para finalizar, dejo una infame reflexión de estos trastornados:
“El 6 de diciembre pasado, el presidente Barack Obama
publicó el memorandum titulado International Initiatives to Advance the Human
Rights of Lesbian, Gay, Bisexual, and Transgender Persons, en el que ordena
usar los fondos que otorga el gobierno a la ayuda internacional, para promover el estilo de vida de
lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGTB) en el extranjero. Obama
quiere un mundo de homosexuales... y perseguir a quienes se opongan.”
Aborto
Ya hemos sido testigo del alcance de una mezcla explosiva:
radicalismo más ignorancia. Por eso, no resultará sorprendente seguir leyendo
la postura de los eximios versados acerca de este tema:
"Abortar no es la opción que
solucionara tu problema. Si no quieres en tu vida a ese ser que Dios te envió
con un propósito, por favor, dalo en adopción y no lo mates. Pero antes piensa
que Dios te envió a alguien que más tarde cuando seas anciana y no puedas
valerte por ti misma, ese ser al cual tú piensas abortar es quien te cuidará,
te tendera una mano y te querrá más que a nadie en el mundo. Ese ser que
tienes en tu vientre también te llorará cuando Dios te llame…Eres muy importante
para tu hijo y sean como sean las cosas ahora en tu vida, Dios no se equivoca y
todo mejorará. Consideramos que el aborto es un acto inmoral,
porque viola los derechos a la vida que posee todo ser humano, desde el momento
que es concebido. Estamos convencidos de que el aborto es un asesinato, porque
el único que tiene el poder de quitar la vida es Dios.
En
la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte es necesario
llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del
sentido de Dios y del hombre perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder
también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida. No es lícito, en
estos tiempos, tener una cierta opinión;
o decantar las propias ideas en determinada dirección por intuición; y mucho menos por conveniencia personal. Es necesario estudiar, leer, profundizar en
el tema. La vida no es un juego o una circunstancia fortuita: ni la de cada uno
de nosotros, ni la de esos futuros niños que aún no han visto la luz.
Unánimemente, a lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus
Pastores y sus Doctores, han condenado el aborto al que calificaron de
homicidio
. La tradición de la Iglesia
ha sostenido siempre que la vida humana debe ser protegida y favorecida desde
su comienzo, como en las diversas etapas de su desarrollo, oponiéndose de esa
forma a las costumbres del mundo
greco-romano. Para hacer comprender la gravedad del
delito abominable del aborto, el primer capítulo de la
Encíclica Evangelium Vitae recuerda que, conforme a las Sagradas Escrituras,
existen
pecados que claman venganza ante la
presencia de Dios y entre ellos ha incluido, en primer lugar,
el
homicidio voluntario.
La Iglesia no admite el aborto en caso de violación. Como ya
quedó dicho, la Iglesia enseña que la ley natural y la ley divina:
excluyen, pues, todo derecho a matar directamente un hombre inocente.
Sin desconocer las dificultades que eventualmente podría acarrear un
embarazo en estas condiciones, la doctrina católica es categórica:
no hay razón alguna que pueda darnos el
derecho a disponer de la vida de un ser inocente e indefenso en el seno
materno. Esta enseñanza de la Iglesia no
ha cambiado y no es cambiable.
Si la vida de la madre
corriera peligro, no es ésta causa suficiente para permitir el aborto. Es necesario
insistir: jamás un católico puede aprobar el aborto. Como ya fue explicado, en
este caso el médico deberá intentar poner a resguardo tanto la vida del niño
como la de su madre. En el discurso a los participantes del Congreso de la
Unión Católica Italiana de Obstetricia, el Papa Pío XII aclaró que n
ingún hombre, ninguna
autoridad humana, ninguna ciencia, ninguna indicación
médica, eugenésica, social, económica, moral puede exhibir o dar título
jurídico válido a una disposición deliberada directa sobre la vida humana
inocente, es decir, a una disposición que persiga su destrucción, sea como fin,
o como medio para obtener otro fin que tal vez no sea en sí mismo absolutamente
ilícito. Así, por ejemplo, salvar la
vida de la madre es un fin muy noble; pero la muerte del no nacido directamente
provocada, como medio para este fin, no es lícita. La destrucción directa
de la llamada vida sin valor, nacida
o por nacer, practicada en gran número en los últimos años, no se puede
justificar de modo alguno. Los
abortistas mienten a las mujeres haciéndoles creer que todo aborto legal es
seguro. La experiencia y las estadísticas muestran una realidad completamente
diferente. Las mujeres que a través del aborto buscan
la libertad de reproducción deben saber que están comprometiendo o
arriesgándose a perder la capacidad de tener hijos.”
Sin comentarios.
Promiscuidad
Este vocablo en boca de los eximios versados, es como la foto de un monstruo
horripilante de siete cabezas, es la encarnación mismísima de Satanás, o la
madre devenida en bruja de la pobrecita de Blancanieves. Dicen ellos:
“La promiscuidad es el acto de tener relaciones sexuales con varias parejas
o grupos sexuales antes o durante el matrimonio, tanto en el reino animal como
entre los seres humanos. Promiscua es una persona que normalmente tiene sexo
con muchas personas, es degenerada y no le importa acostarse con cualquiera
entrometiéndose en prácticas degradantes siempre relacionadas a la materia
sexual.”
Nuevamente, sin comentarios.
Preservativo.
Opinan los eximios versados:
“Causan muertes los que mienten creando una
falsa seguridad condicionada al uso del preservativo, algo que según sus
propios fabricantes falla en una proporción bastante considerable. Pero la
culpa, para sectarios como ustedes(*) , no es de quien anima a la promiscuidad
con un preservativo susceptible de fallar, sino quien anima a evitar esa
promiscuidad y esos actos de riesgo. La iglesia dice que para la
prevención se necesita la información adecuada y debida de los valores morales
y no se permite cualquier cosa que viole el valor de la sexualidad. La
Prevención debe realizarse respetando la dignidad del hombre y su destino
trascendente, excluyendo campañas que conlleven modelos de comportamiento que favorezcan la extensión del mal. Hay
que informar y educar sin prejuicio de la ética. Hay que iluminar a los jóvenes sobre los valores que están en juego.
El mejor remedio frente al VIH-SIDA, que
se transmita por relaciones sexuales ilícitas, es la fidelidad matrimonial y la
castidad. Las autoridades competentes deben de actuar para tratar de
resolver el problema de los enfermos del VIH-SIDA. No deben de implementar campañas de prevención contra el VIH-SIDA que
incluyan modelos de comportamiento que favorezcan la expansión del mal; o
también dar cierta clase de información que perjudique más que beneficie,
respecto a contraer el mal del VIH-SIDA. Uno no puede hablar realmente de sexo seguro
llevando a la gente a creer que el uso
de condones es la fórmula para evitar el riesgo de HIV, y de esta forma vencer
la pandemia de sida. Ante quien no quiera aceptar estos límites a
pesar de la seriedad del problema, sería de todos modos obligado recordarle
que, respecto al sida, el preservativo no preserva siempre, puesto que hay
documentado un importante porcentaje de error (10-15 %). Es bueno que no se
olvide. Se podría objetar que la
disminución estadística del riesgo bastaría por sí misma para justificar la
invitación a usar el preservativo, sobre todo para los que no son, en
todo o en parte, capaces de autocontrol. A ese respecto, sin embargo, se
debe observar que, si toda la estrategia de prevención se basa en el uso del
preservativo, esto acaba por adquirir entre los individuos y en la psicología
de masa la apariencia de una panacea, con efecto ulteriormente liberalizante y,
por lo tanto, con la consecuencia de un aumento general de los casos de riesgo
y de la población en riesgo. En realidad, el recurso al preservativo como única
vía de prevención es inadecuado y en definitiva falaz. La
oposición de la Iglesia al uso del preservativo tiene un carácter moral, debido
a que las relaciones sexuales tienen que hacerse dentro del matrimonio y
abiertas a la vida, su rechazo a que se utilice el condón de cara a la
prevención del sida tiene un carácter añadido: la no completa fiabilidad del
método, asociada a una publicidad engañosa. Si el método fuera totalmente
fiable, la Iglesia podría decir: lo distribuimos a aquellas personas que no son
católicos y que, por lo tanto, no están obligados por nuestros principios
éticos. No se opondría, en ese caso, a que en una sociedad plural –donde hay
católicos y no católicos-, se hiciera publicidad a favor del uso del
preservativo como método para evitar el contagio del sida. Para colmo, el
preservativo es presentado ante la opinión pública como sexo seguro, engañando de ese modo a los consumidores del producto e incitándoles
a llevar a la práctica todo tipo de relaciones sexuales, sin ningún freno moral;
la unión de ambas cosas –la eficacia parcial y la publicidad engañosa- conduce,
trágicamente, a una mayor difusión de la epidemia. Irónicamente, son los que
están contribuyendo a esto –y haciendo un gran negocio de paso- los que se
presentan como los grandes enemigos del sida, mientras que es la Iglesia –que,
además, atiende a millones de afectados- la que pasa ante la opinión pública
como la principal colaboradora con la difusión de la enfermedad por oponerse al
uso del preservativo. Usar el condón es como jugar a la ruleta rusa –poner en
la cabeza una pistola cargada con una bala y apretar el gatillo, esperando que
aquella no esté en ese momento en el tiro-. Con el agravante de que es como si
al que decide jugar a ese juego le hubieran dicho que no había ninguna bala en
la recámara.”
Impávida, trémula, leo declaraciones de acérrimos
adoradores de la moral y santidad, y entonces, por un momento pienso si es que
se ha reinstaurado el tribunal del Santo Oficio y nadie me ha avisado. Pero,
no. No hemos vuelto a los tiempos del Santo Oficio. Se trata de un desolador existente,
una nueva casta: los “neo mojigatos”. De más está decir que los “enfermos” son
ellos.
Anna Donner Rybak © 2012