viernes, 18 de mayo de 2012

Iguales.


No todos somos iguales.

Dice Gerardo Bleier:

¿Qué es el leninismo después de Lenin?: un marxismo sin crítica, es decir un marxismo – contra Lenin- sin política. Y por qué pudo surgir de una filosofía de la praxis, es decir, crítica. Para responder a esta inquietud hay que preguntarse otra cosa. ¿Qué es el leninismo en su sustancia? Es la doctrina según la cual no existe ninguna posibilidad de concretar la superación de la sociedad dividida en clases si quienes aspiran a implementar esa transformación no acceden al control monopólico del poder del Estado - nacional. Sin acceder por parte de una vanguardia de forma monopólica al poder del Estado.

¿Por qué es relevante para la izquierda realizar la crítica de esa doctrina y de sus consecuencias? Porque de esa lógica y de la radicalidad de su discurso surge una mentalidad, una manera de actuar en la praxis política que inexorablemente conduce a instalar el conflicto amigo – enemigo en la centralidad de la cuestión política anulando cualquier posibilidad de desarrollo de una cultura democrática.

Desde el punto de vista de la unidad de la izquierda, la mentalidad “estalinista” de la que son portadores como un virus decenas de dirigentes y militantes de todos los sectores, aunque muchos de quienes la practican se sorprenderían de ser calificados así, tiene una particularidad, es fácilmente manipulable.

Esa transversalidad de la mentalidad estalinista es lo que fundamenta por qué me ha parecido siempre despreciable la pretensión de instalar en la izquierda la polarización renovadores y conservadores así como esa otra vulgaridad de igual procedencia de quienes se creen ellos mismos los únicos revolucionarios legítimos irradiando desconfianza en todos los demás.

No todos somos iguales. 

La Madre Naturaleza, (para algunos divina creación), en un equilibrio perfecto entre las especies, está organizada en una estructura de jerarquía.

El equilibrio perfecto se mantiene porque los animales para vivir necesitan alimentarse de plantas o de otros animales.

Es inevitable suprimir la jerarquía, los animales se alimentan de las plantas, que son seres vivos. Los vertebrados se alimentan de los invertebrados. Los vertebrados se alimentan de otros vertebrados. Los gatos comen ratones.

Es inevitable la jerarquización, no puede vivir el hombre si no se alimenta, y el alimento proviene de las plantas y de los animales.

Si no come, el hombre se muere. Pero para que el hombre coma, un animal debe morir.

A nivel humano, no todos somos iguales.

Primero, porque somos individuos, y portamos una cuota importante de subjetividad. Y cuando miramos el mundo lo hacemos desde nuestro Lugar y desde nuestras Vivencias.

Segundo, porque además somos parte de un colectivo. Un entorno ha incidido en nuestra formación, y nos movemos en determinado medio.

Nietzsche hablaba de una posición más allá del bien y del mal, concebida para superar la Moral de Amos y Esclavos, que en su opinión reducía a todos a un nivel vulgar, favoreciendo la mediocridad e impidiendo el desarrollo de un tipo "superior" de hombre.

Según la "Moral de los Amos", El Bien es lo superior, altivo, la fortaleza y el dominio y El Mal es el temor, la compasión, y debilidad.

Por el contrario, según la "Moral de los Esclavos", nacidos de los oprimidos y débiles, se condenan los valores y cualidades de los poderosos. Una vez denigrado el poderío, el esclavo procede a decretar como "buenas" las cualidades de los débiles: la compasión, el servicio, la paciencia y la humildad (propias del cristianismo). Así, los esclavos inventan una moral que hace más llevadera su condición de esclavos y que sostiene que la obediencia es buena y que el orgullo es malo. Como los esclavos son débiles promueven la mansedumbre y la misericordia, criticando el egoísmo y la fuerza.

Uno puede verse tentado de caer en el reduccionismo de la Moral de Amos y Esclavos, porque se salva del juicio de los demás, quedando cómodamente instalado en su postura.

Pero también puede atreverse a ir más allá, y definir una moral subjetiva, donde lo bueno no es necesariamente "El Bien", ni lo mano necesariamente "El Mal": Y esos matices estarán dados por uno.

Asimismo, sabemos el modelo de mundo regido por valores universales ya hoy no cierra.

Porque el hombre ha progresado varios peldaños por la obtención de su libertad, es decir tomando responsabilidad absoluta por sus decisiones y haciéndose cargo de las mismas.
 
Ya están obsoletos los modelos de comportamiento "a priori", en donde uno debía de imitar lo bueno y lo malo obedeciendo a un modelo de cosas buenas y cosas malas.

La moral establecida "a posteriori" implica concebir "Mi Bien" y "Mi Mal", los cuales me definen y hacen que yo sea el individuo que soy, distinto a todos los demás.

"Mi Bien" y "Mi Mal" tienen fronteras flexibles.

A nivel humano, no todos somos iguales, y es inevitable suprimir la jerarquía.

Según Sartre, el “amo” es un hombre de derecho divino.

Nacido en un ambiente de “jefes”, está convencido desde su infancia que ha nacido para mandar, y en cierto sentido es verdad, porque sus padres, que mandan, lo han engendrado para que los suceda.

Hay una determinada función social que lo espera en el porvenir, y en la que se introducirá desde que tenga edad suficiente.

Esperado por sus pares, existe porque tiene derecho a existir.

Ese carácter sagrado del burgués para el burgués, que se manifiesta en ceremonias de reconocimiento (tales como el saludo, la participación de un matrimonio), es lo que se llama dignidad humana.

Cuando se dice que los hombres que son “los reyes de la creación”, debe entenderse el vocablo en el sentido más rudo: son sus monarcas por derecho divino; el mundo está hecho para ellos.

Se sobreentiende que en estas condiciones, el hombre es un ser sobrenatural; lo que llamamos naturaleza es el conjunto de lo que existe sin tener derecho a existir.

Las clases oprimidas forman parte de la naturaleza, para los hombres sagrados.

No deben mandar.

El hecho de que el esclavo naciera en el seno, le confería a él también un carácter sagrado: el de haber nacido para servir; de ser, frente al hombre de derecho divino, el hombre de deber divino.

En el caso del proletariado, no se puede decir lo mismo.

El hijo del obrero, nacido en un suburbio alejado, en medio de la multitud, no tiene ningún contacto directo con la elite poseedora; personalmente, no tiene ningún deber, salvo los definidos por la ley; y ni siquiera le está prohibido, si posee esa gracia misteriosa que se llama el mérito, acceder, en ciertas circunstancias y con ciertas reservas a la clase superior: su hijo o nieto se convertirá en un hombre por derecho divino.

No es, por lo tanto, más que un ser viviente, el mejor organizado de todos los animales.

Todo el mundo ha sentido lo que hay de despectivo en el término de “natural”, que se emplea para designar a los indígenas de un país colonizado.

El banquero, el industrial, aún el profesor, no son naturales de país alguno; no son naturales en una palabra.

En cambio el oprimido se siente un natural: cada uno de los sucesos de su vida viene a repetirle que no tiene derecho a existir.

Sus padres no lo pusieron en el mundo particular, sino por azar, por nada, en el mejor de los casos, porque les gustaban los niños o porque han sido accesibles a cierta propaganda, o porque querían gozar de las ventajas que se acuerdan a las familias numerosas.

No le espera ninguna función especial; y si se le ha enviado al aprendizaje no es para prepararle a ejercer ese sacerdocio que es la profesión, sino solamente para permitirle seguir esa existencia injustificable que lleva desde que ha nacido.

Trabajará para vivir y no es mucho decir que se le roba la propiedad de los productos de su trabajo; se le roba hasta el sentido de ese trabajo, porque no se siente solidario de la sociedad para la que produce.

Sea peón o mecánico, sabe que no es irreemplazable; más aún, lo que caracteriza a los trabajadores es el hecho de ser intercambiables.

El trabajo del médico o el abogado se aprecia por la calidad, pero sólo la cantidad de su trabajo sirve para reconocer al “buen” obrero.

El primer movimiento de un revolucionario consistirá en impugnar los derechos de la clase dirigente.

Para él, los hombres de derecho divino no existen.

En contraste con los miembros de la clase opresora, no trata de excluir de la comunidad a los miembros de la otra clase, pero; ante todo, quiere despojarlos de ese aspecto mágico que los hace temibles a los ojos de los oprimidos.

A la inversa del tránsfuga o del miembro de una minoría perseguida que quiere elevarse al nivel de los privilegiados, y asimilarse a ellos, el revolucionario quiere hacerlos descender hasta sí, negando la validez de sus privilegios.

El revolucionario, no es el hombre que reivindica sus derechos, sino, por el contrario, el que destruye la noción misma del derecho, que él concibe como producto de la costumbre y la fuerza.

Las órdenes de sus amos y la necesidad de vivir lo enfrentan a acciones rudas y concretas, lo obligan a formar pensamientos de detalle sobre la materia, sobre la herramienta.

En realidad, el elemento liberador del oprimido es el trabajo.

Es un trabajo ordenado y toma al principio el aspecto de un sometimiento del trabajador: no es probable que este, si no le fuera impuesto, habría elegido hacer ese trabajo, en esas condiciones, y en ese lapso por ese salario.

El patrón, reduce la actividad consciente y sintética del trabajador a no ser más que una suma de gestos indefinidamente repetidos.

Así, tiende a reducir al trabajador al estado de pura y simple cosa.

Si todos los hombres son cosas, no hay oprimidos.

En consecuencia, la sociedad liberada, no se funda en el mutuo reconocimiento de las libertades.

Le tendencia de las capas superiores de esta sociedad, consiste en explicar lo inferior por lo superior, entendiéndolo como una degradación de lo superior.

¿Y qué se consigue con esto?

Que los individuos vayan perdiendo el entusiasmo por superarse a sí mismos.

Así, serán “soldados”, y se esforzarán cada vez menos.

Y al fin, se irá perdiendo la individualidad para pasar a ser parte “de la masa”.

Una masa homogénea, imposible de ser fragmentada.

¿Queremos un mundo de masas homogéneas?

Esto sí que de justo no tiene nada. Quien se esfuerza merece más que quien no lo hace. Quien se supera merece más que quien no lo hace.

Por lo tanto, si bien la revolución en su momento funcionó puesto que lo superior había abusado en demasía de lo inferior. Tanto había abusado, que lo inferior eran reducidos a cosas.

Para impedir que lo inferior fuera reducido a una cosa por lo superior, fue entonces que redujeron a lo superior a cosas.

Y entonces, esto no funciona. ¿Todo somos cosas?

No. Ya dijimos que somos unos individuos con derechos. Y que según nos esforcemos merecemos. Y si no lo hacemos, no merecemos.

Y es entonces que (inevitablemente) se da la jerarquía en el hombre.

Lo que, en todo caso es preciso cambiar, es la idea de jerarquía como algo “malo”.

Que no todos somos iguales.

En todo caso, algunos somos más iguales que otros.

Anna Donner Rybak © 2012

Fuentes: Materialismo y Revolución (Jean Paul Sartre), Moral de Amos y Esclavos (Nietszche) y Apuntes de Gerardo Bleier.

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