Desde hace un tiempo y con cierta perseverancia viene siendo
protagonista de conferencias, charlas y debates el tema de la existencia del
libro.
No sin cierto desasosiego, la incertidumbre desvelada abarca
cuestiones del tipo: “¿hasta cuándo existirá el libro de papel?” “¿Será
sustituido por el libro digital?”
El tema preocupa pero también revela otro dilema más trascendental:
¿Hasta dónde/cuando sustituirá la tecnología a la naturaleza? (queda pendiente
para otras columnas)
Volviendo al meollo de la cuestión, es que pido disculpas al
lector por mi insistencia de citar nuevamente la brillante película de Woody
Allen “Midnight in Paris”, la cito porque me gustó mucho, y además porque se
trata de una apología por oposición a la consabida frase pronunciada por
nuestros padres, abuelos… “Todo tiempo pasado fue mejor”.
En la película Allen demuestra, mediante una trama
conmovedora y divertida, la obsesión de los individuos por “la negación del
presente”.
Tiempo. Y sí. Esta dimensión es la que viene a fijar los
parámetros de nuestra existencia, demostrando mediante un movimiento
uniformemente acelerado según la física el alcance de los avances de los “nuevos
tiempos”.
Precisamente todo lo que concierne a temas de informáticos (hasta
hace una pocas décadas cyber-criaturas que poco menos mordían y todo el mundo
pensaba dos veces antes de apretar una tecla), está incluido en el conjunto de “lo
que avanza con un movimiento muy uniformemente acelerado”.
Si reparamos que cuando íbamos a la escuela no existían las
computadoras más que en la NASA y algún otro lugar casi inaccesible para
nosotros, estando “dibujadas” dentro de películas como “2001, Odisea del
Espacio” como máquinas negras con luces verdes, y vemos ahora que cada niño
tiene una “Ceibalita”, (cuestión que merece ser celebrada muy), poseemos
elementos más que suficientes para constatar el impacto de estos avances.
No en vano, un niño de menos de cinco años se desenvuelve mucho más seguro frente a una computadora que
un señor de la edad de mi padre, o quizá de mi edad, depende.
La generación “puente” entre lo “real” y lo “virtual”, es la
que quizá teme o duda más. Doña María aún no entiende cómo apretando un botón
puede (si quiere) hacer su pedido al Disco, Tienda Inglesa, etc. metiéndose “adentro
del súper”, tomando un “carrito” e ir eligiendo.
Para Doña María eso es cosa de “Los Supersónicos”.
En ese entorno surge, naturalmente, el debate de la
permanencia (o no) del libro de papel.
En este presente tan “profundo” existen infinitas posibilidades
para publicar en internet. Desde foros, pasando por blogs, redes sociales,
hasta llegar a los libros digitales, y, por si fuera poco (por ahora) de modo
gratuito.
Sin embargo, la proliferación de estas bondades del futuro
no va en detrimento de la permanencia del libro de papel.
El libro en papel es insustituible.
¿Qué hogar no se viste con elegancia teniendo como “básico” una
biblioteca?
¿Qué escritor no muerte de placer viendo a todos sus autores
predilectos en tomos de diversas épocas y tamaños ordenados y clasificados por tema
en su biblioteca personal?
¿Qué placer es mayor que decidir, mirando la biblioteca por
sectores, elegir en el momento qué voy a leer, y simplemente tomar el libro, y
recostarme y hacerlo?
Si bien el auge de Internet permite un impacto y difusión “on
line” que permiten al escritor tener ene lectores a lo largo y ancho de todo el
planeta leyendo su prosa, lo cierto es que leer un libro de 500 páginas es
harto más disfrutable en el papel y que en el monitor.
Definitivamente, la existencia del libro, tiene para rato.
Anna Donner Rybak © 2012